Don Francisco Laporta dejando algunas cosas muy claritas



He topado con este breve pero sagaz artículo de don Francisco Laporta en Eikasia. Revista de Filosofía. ¡Va por usted, doña Marisa!

Comentarios

Andrés Hurtado de Micina ha dicho que…
Feliz verano, don Antonio.

Desde un ciber leo su nueva entrada y el artículo que enlaza. ¡Qué cansado estoy de la cantinela rousseauniana!: que si las familias, que si la televisión, que si los políticos...

Por otro lado, que la EpC sea asignatura común en casi todos los países de la UE no la autoriza, antes bien, le echa una paletada más de mierda. Y más cuando se invocan como "básicos" engendros tan dudosos como los que don Francisco Laporta menciona: actuar en libertad -¿qué libertad?; a buen seguro que ningún libro de texto define qué cosa sea la libertad política; a lo sumo, se ceñirán a las libetades individuales, bla, bla, bla-, respetar las reglas -¿respetar algo que se impone?, más que de respeto estamos hablando de sumisión-, practicar la tolerancia -como si fuera un deporte o el sexo, se entiende; porque, en realidad, la tolerancia, como concepto, se ha de practicar y no forma parte del juego democrático (éste no practica la tolerancia, valor unidereccional, sino que se basa en el recíproco respeto, que, a su vez, hunde sus raíces en la igualdad de derechos y oportunidades)-.

En fin, nihil novum sub sole.

Un saludo
Desde la caverna de Platón ha dicho que…
Es cierto, don Andrés, que el artículo del profesor Laporta no nos trae más noticias que las ya consabidas referentes a los esfuerzos didácticos de una tal Europa por llevar a sus hijos a las aulas de la bondad cívica neohumanista. Y que ésta no deja de ser más que lo que don Gustavo Bueno definió como “humanismo híbrido”. Pero en el escrito se pone de manifiesto uno de los absurdos que no sólo esta concreta intención implica, sino cualquiera de su mismo carácter: llevemos a las aulas la enseñanza de la virtud; reparemos en que la virtud no puede ser enseñada si no se practica ya; confiemos en que lo social derive virtuoso (la familia, los políticos, los medios de comunicación...); pero, si ya es así, ¿para qué enseñar la virtud?; y si no es así, ¿cómo enseñar la virtud?
Tenemos aquí dos problemas que se han condensado justo en esta profesión nuestra de sufridos docentes de la vetusta sabiduría filosófica:
- por una parte, la imposibilidad de acatar que sea virtud aquello que el Poder reinante quiere tal (usted mismo ha escrito certeros textos a propósito (Trobar clus, Obligualdad...);
- por otra, la imposibilidad de que la virtud sea enseñada.
Voy a un caso de ahora mismo. Ha coincidido esta semana pasada que en dos ocasiones grupos de adolescentes entre los que se encontraban menores de edad penal han violado a sendas muchachas muy jovencitas. Los menores son impunes. Alguien de la Oficina del Menor ha declarado que deben ir a “centros de educación”. El Ministro Gabilondo ha afirmado ante las cámaras que “hay que educar a los muchachos en “valores” y ese esfuerzo lo tiene que realizar la sociedad entera”. ¡Y estas luminarias nos quieren hacer creer que los sátiros no saben perfectamente que no deben ir por ahí violando pastoras! Si el sátiro se atreve, ha de ser por algo diferente al saber. Entre la cruda realidad y las aulas hay una diferencia de género que los politicastros de toda laya están intentando disolver, pervirtiendo éstas, ignorando aquélla.

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